Imaginamos lugares donde escondernos de lo cotidiano de las formas de habitar nuestros cuerpos Imaginamos conversaciones largas sobre la vida el azar los laberintos las aves los libros favoritos Imaginamos ponerle nombre a nuestras ilusiones cómo dormir del lado opuesto de la cama caernos por un descuido recuperarnos temblar la ausencia del otro Imaginamos estrellas fugaces abrazando el instante como árboles danzantes De tu mano tejiendo en mi espalda Imaginamos ser isla archipiélago tierra firme en este viaje de amantes de seres en busca de amor frente a tanta soledad anclada.
Llegué junto a mi mamá. Encontré a Caro y a Dulce, acompañada de su mamá.
Aún no entrábamos al contingente y un hombre nos echó su carro encima. Luego dicen que no existe tal cosa como la misoginia.
Entré al contingente buscando a Selene, enviando mensajes y videos de mi ubicación; al fin la encontré y todas nos tomamos una foto con nuestros carteles al aire.
Comenzamos a marchar sin saber el destino, pero con seguridad y decisión. Incluso me pareció que nos unimos los tres contingentes: el radical, interseccional y el de madres. Maravilloso.
“Las niñas no se tocan, no se violan, no se matan” iba gritando con lágrimas en los ojos y la voz quebrada a ratos.
“Vivas se las llevaron y vivas las queremos” también retumbaba en mi pecho y me desgastaba la voz.
Las calles se inundaban de morado y verde, de gritos desesperados pero fuertes.
La gente curiosa nos miraba con extrañeza y nos tomaba fotografías mientras les gritábamos enojadas: “Señor, señora: no sea indiferente. Se matan las mujeres en la cara de la gente”.
Llegamos a la Comisaría. “CHIIIN, vamos a entrar” pensé con un poco de miedo. Contando a las mujeres que me acompañaban: una, dos, tres, las dos mamás … estamos bien. Vamos a entrar.
Ahí dentro algunas compañeras hicieron pintas, todas gritábamos; después se hizo silencio. Por las que no pueden gritar más.
Algunas se armaron de valor y contaron sus experiencias al micrófono. “No estás sola” le contestábamos todas.
“Somos un chingo” se repetía.
Colgamos nuestros carteles, pintamos nuestras manos y acusamos a México de feminicida.
A las calles de nuevo. Más cansadas, más pausas entre cada consigna. La misma fuerza y el mismo coraje.
“Tengo sed y mi mamá se llevó mi agua” les dije a Dulce y Caro. Una compañera que iba frente a mí, se dio la vuelta y me ofreció sin dudar su termo con agua. Una más lo sacó de su mochila y también me lo ofreció.
Ya de regreso en las Tijeras vi a una madre explicándole a su hija de aproximadamente 7 años por qué la vocera RadFem estaba anunciado que no hombres dentro del contingente, la niña asintió.
Esto es el feminismo. Mujeres a una misma voz, luchando, exigiendo y resistiendo. Amigas tomándose de las manos y gritando al unísono. Cuidándonos. Compañeras llenas de ira que no tienen miedo. El feminismo es amor frente al odio.
No tengo un texto, pero sí una ilustración, que es parte de una serie de ilustraciones en las que trabajé durante la cuarentena total en mi país. Soy artista autodidacta, pero no vivo (económicamente) del arte. El dibujo, la pintura, las ilustraciones, a lo largo de mi vida, me han servido para sobrellevar los tiempos de crisis, tanto personales como sociales. Es un acompañamiento y una catarsis a la vez, donde la corporalidad, las emociones y los significados diversos de ser (de mi ser) mujer han permeado de diferentes maneras, desde la mano, el pincel hasta el papel.